Mientras subía Jesús a la barca, el que había estado endemoniado le rogaba que le permitiera acompañarlo. Jesús no lo permitió, sino que le dijo: —Vete a tu casa, a los de tu familia, y diles todo lo que el Señor ha hecho por ti y cómo te ha tenido compasión. Marcos 5:18-19 (NVI)
«¡Mamá! ¡Ya sé lo que quiero ser cuando sea grande!» Los ojos de mi hija brillaban mientras continuaba diciendo, «¡una YouTuber famosa!».
Parpadeé un par de veces y traté de ocultar mi sorpresa ante su respuesta. «¿Ah sí? ¿Famosa por qué exactamente?»
«¡Quién sabe! Pero tendré un millón de suscriptores, ¡y luego les podré contar todo acerca de Jesús!». Ella se fue, y me reí entre dientes, aliviada de que Jesús estuviera dentro sus planes de YouTube.
Sonriendo, pensé en mi propio deseo de niña de ser visible. (¡¿Alguien se identifica: Star Search?!) Me sentaba, pegada a la televisión durante los programas de premios, asombrada e inspirada cuando alguien con una gran plataforma hablaba de su amor por Jesús, y me imaginaba que algún día haría lo mismo.
Pero ese día, mientras regresaba a la montaña de ropa sucia que tenía delante, un susurro persistente de desánimo golpeó mi corazón. No pude evitar pensar cuán diferente era mi vida tranquila y sencilla a esas aspiraciones juveniles. Dios, ¿hace alguna diferencia mi humilde vida diaria?
Me pregunto si puedes identificarte con esta duda, especialmente considerando el mensaje diario de nuestra cultura: ¡sé alguien! ¡Haz algo con tu vida! ¡Que escuchen tu voz! ¡Entre más grande, mejor! Podemos comenzar a creer la mentira de que uno es, de alguna forma, menos importante que un millón.
Tal vez anhelas compartir tu testimonio de sanidad y esperanza en tu comunidad o en tu círculo de amistades en las redes sociales. Pero cuando evalúas esos círculos, pueden parecer muy pequeños. Como resultado, puedes sentirte insignificante y preguntarte: ¿cómo puedo tener un impacto significativo en mi hogar, comunidad o lugar de trabajo?
Si alguna vez has luchado con sentirte pequeña, ¡no estás sola! En Marcos 5, leemos la increíble historia de cuando Jesús sanó a un hombre poseído por una legión (o sea, ¡una gran cantidad!) de demonios. Después de esta sanidad milagrosa, el pueblo le rogó a Jesús que se fuera, pero el hombre que había sanado tenía una petición diferente:
Mientras subía Jesús a la barca, el que había estado endemoniado le rogaba que le permitiera acompañarlo. Jesús no lo permitió, sino que le dijo: —Vete a tu casa, a los de tu familia, y diles todo lo que el Señor ha hecho por ti y cómo te ha tenido compasión (Marcos 5:18-19).
Si hubiera estado en los zapatos de este hombre, me imagino que habría hecho la misma petición: «¡llévame contigo, Jesús! ¡Dejemos este pueblo y viajemos hacia cosas más grandes y mejores!»
Por supuesto, las Escrituras no nos dicen los pensamientos de Jesús o la razón por qué dijo que no, pero vemos a Jesús expresar Su preocupación y cuidado por el ministerio más inmediato de este hombre: su familia y amigos.
Al hombre no se le dijo que compartiera su testimonio con toda la región o que consiguiera miles de seguidores. En cambio, Jesús reconoció el valor de las almas ahí mismo en su pueblo.
Felizmente, este hombre respondió en obediencia y “se puso a proclamar… lo mucho que Jesus había hecho por él. Y toda la gente se quedó asombrada” (Marcos 5:20, NVI).
Si bien no sabemos si su asombro se convirtió en fe, no es difícil imaginar que hay almas en el cielo debido a la disposición de este hombre a testificar.
Querida, si te sientes pequeña, ¡deja que la verdad de estas escrituras te recuerde que tu vida y tu testimonio son importantes! Tu ministerio comienza justo donde estás: con los que están bajo tu techo, residiendo en tu calle, en el cubículo de al lado o en el asiento a tu lado en la iglesia.
No necesitas un millón de suscriptores o un megáfono para influenciar a otros con el amor y la verdad de Jesús. De hecho, las personas que Dios ha puesto en tu círculo de influencia le importan profundamente, ¡y te ha dado el trabajo increíble y humilde de compartir tu testimonio con ellos!
Hoy, demos un paso con valor y proclamemos Su misericordia y sanidad en nuestras vidas.
Jesús, gracias por Tu sanidad y misericordia. Cuando nuestros círculos de influencia se sientan pequeños, recuérdanos que todas las almas te importan. Ayúdanos a poner en práctica el mensaje del evangelio con quienes nos rodean hoy. En el Nombre de Jesús, Amén.
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Mateo 25:40, El Rey les responderá: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí”. (NVI)
¿A quién en tu círculo podrías comenzar a ministrar hoy? ¿Cuál es un paso que podrías tomar esta semana para difundir la esperanza y el amor del evangelio? Comparte tu opinión en los comentarios.
© 2023 por Meredith Houston Carr. Todos los derechos reservados.
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